Isabel Cabetas Hernández.
Doctora en Psicología. Jubilada. Capacidad investigadora, docente y clínica
CLAVES DEL ARTÍCULO
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Si generalizamos, la satisfacción del mayor es independiente de su actitud ante el trabajo. Influyen varios factores en la permanencia laboral; es importante el significado personal asignado al trabajo, la actitud personal hacia el retiro y la situación económica individual. Pero sobre todo, influye la formación -especialmente la universitaria- y el nivel ocupacional, factores que además elevan la autoestima.
En España hay un especial temor o rechazo del adulto a pensar y adaptarse con tiempo a la edad de jubilación y pocas personas llegan a esta etapa con una idea de lo que va a ser su vida a partir de ese momento. Alemania, en cambio tiene mucha mayor formación para preparar social y económicamente esta etapa y el que accede a su jubilación lo suele hacer con todo un proyecto de vida personal.
En muchos países del mundo desarrollado la proporción de renta nacional que representan los trabajadores ha disminuido y la de los muy ricos ha aumentado, pasando de ser una sociedad productiva a una rentista. Hasta hace poco la jubilación o la disminución física o psíquica eran las formas de dejar el trabajo junto al despido involuntario suponiendo, para la sociedad productiva, la jubilación tan sólo un gasto social, y para el jubilado una marginación social difícil de aceptar a los 67 años; un gran porcentaje de mayores aceptaría prolongarla al menos a los 69 años.
La productividad del mayor
Hay prejuicios respecto a la productividad del mayor que conviene aclarar. Con el envejecimiento, el ritmo laboral decrece dada la disminución de actividad del Sistema Nervioso Central pero no lo hace rápida ni totalmente; hay más lentitud en la reacción manual frente al estímulo visual, pero no en la reacción motora. Cuando la vejez permite realizar las actividades que la persona ha desarrollado en tiempos anteriores incluso puede conseguir mejorar su eficacia en ciertas áreas. La fuerza, agilidad y rapidez juveniles pueden dar paso con la edad a la sensatez, previsión y evidencia disfrutando de estas cualidades.
También hay estrategias cerebrales que permiten cambiar el enfoque y planteamiento de un trabajo de cara a los cambios fisiológicos que se producen con la edad mejorando en trabajos deductivos y detallados y perdiendo en el empleo de fuerza muscular o rapidez. Las funciones que se han ejercido con más intensidad y duración en el tiempo parecen tener menos probabilidad de deterioro, incluso algunas se pulen y mejoran su eficacia. El apego y vocación a la tarea y una mayor experiencia contribuyen a los buenos resultados (Cabetas Hdz, I. 2011).
Hay destrezas como la lingüística que la Psicología Evolutiva señala que mejoran con el tiempo (Fd-Ballesteros,R. et al, 1999). El reconocido escritor José Saramago, Nobel de Literatura en 1998, recogió el premio diciendo que: “Si yo hubiera muerto a los 70 años no habría publicado un solo libro”. El prejuicio a la edad lleva al mayor a un sentimiento de frustración frente a la juventud y sus manifestaciones positivas produciendo vivencias de ansiedad y depresión. Las destrezas juveniles se perciben con vulnerabilidad, despertando sensación de incompetencia, desagrado y rivalidad. Pero si se acepta la edad el mayor disfruta de su clarividencia y experiencia de vida y compite con el más joven aportando su conocimiento, buen sentido y coherencia.
Sin duda, a mayor edad hay declive de los sentidos, menor agudeza visual y auditiva y una general lentitud en la tarea. A8nque se mantienen amplios márgenes de aprendizaje, se requirien más ensayos que los jóvenes para obtener un resultado. En tareas complejas- como utilizar el ordenador, p. ej.- si están motivados pueden aprender incluso con más rapidez y no restringen su aprendizaje ellos mismos abandonando prejuicios como el “yanoismo” (“ya no puedo”) extendido de manera indiscriminada (Fdez. Ballesteros, R. et al, 1999).
La edad afecta a todos los procesos psicológicos cambiando los ritmos de actividad pero no siempre ni necesariamente empeorando ni inhabilitando. La adaptación a la tarea no sólo depende de la edad sino de la respuesta personal que evoluciona de forma diferente en cada sujeto, con determinismo recíproco entre la persona, su comportamiento y ambiente.
En memoria episódica los mayores codifican menos detalles de un contacto donde se produce un acontecimiento complejo y necesitan más tiempo para la recuperación informativa pero pueden superar a los jóvenes en memoria conceptual que requiere acceder al conocimiento acumulado de un suceso (Fdez Ballesteros, R. et al, 1999). No existe una conclusión científica universal que asegure haber disminución en las operaciones cognitivas y sí hay un rechazo social a la edad que la descalifica fijándose sólo en los aspectos negativos (“yanoísmo”, “ya-no”).
Las posibilidades de la jubilación
No nació con esta visión negativa de la vejez el derecho a la jubilación. Fue en el siglo XIX cuando la sociedad defendió otorgar al mayor un merecido goce y disfrute de su tiempo sin diferencia social pero no como condena al desgastado e improductivo proceso vital sino como oportunidad social que hoy no aprovechamos y la convertimos en signo de marginación. El reposo merecido con los avances médicos actuales puede disfrutarse hoy como nueva ocasión creativa.
Aunque en España hay menos flexibilidad en los contratos de trabajo hoy en los países desarrollados se contempla la posibilidad de poder elegir entre abandonar o continuar el trabajo a partir de cierta edad, e incluso reducir la vida activa optando por jubilaciones parciales. Todo ello como deferencia y respeto al mayor, apreciando la sociedad la prolongación voluntaria activa. Quienes desean, ya jubilados, continuar trabajando suelen lograr hacerlo.
Hoy adultos y mayores se acercan más en sus planteamientos de ocio y responsabilidad. El modelo de edad cronológica no siempre se adecua a la edad biológica y al analizar la sociedad contemporánea se torna ambiguo. Las actitudes sociales del mayor pueden ser tan elásticas hoy como las del joven.
Incluso la Ciencia corrobora como prejuicio alguna decrepitud por la edad. Las neuronas, se pensaba recientemente, no se regeneran. Hoy se sabe que algunas mueren más rápidamente con la edad pero otras con los años se ramifican como las ramas de un árbol para buscar nuevas estrategias a solucionar nuevos problemas: en ello radica la “experiencia de vida” de los mayores (Fernández Soriano, J. (2010). Ser mayor no supone necesariamente pérdida de facultad intelectual.
Todavía los prejuicios sociales sobre el mayor son causa de su fácil deterioro físico y mental y la pérdida de roles sociales puede afectar a su auto imagen y sentimiento de la propia estima. La jubilación forzosa y la pérdida brusca de rol ocupacional acompañada de una visión del mayor solo como carga social pueden producir en el jubilado una crisis de identidad difícil de resolver al no encontrar en la demanda colectiva nuevas alternativas estimulantes. Factores económicos y sociales pueden convertir el “merecido descanso” en obligada marginación y desinserción social.
El trabajo durante años es generador de identidad individual y social pero con la brusca y rígida norma de jubilación forzosa se pasa de definir a un sujeto productivo a excluirlo con una condición indefinida, como ocurría en la antigüedad cuando el adolescente de la tribu entraba en el mundo del adulto con ritos inexorables que le apartaban del niño. Esto supone una crisis individual que cada uno soportará según enfrentó otras en el pasado; los recursos o soportes sociales en la actualidad le servirán de apoyo para marcar su transcurso de vida con un presente de continuidad: centros de mayores, agrupaciones de iguales, grupo familiar o de amigos, tejido social, etc. Es productivo para la sociedad y el individuo continuar aprendiendo en la vejez aunque el efecto económico no sea medible directamente.
Hacia 2004 Televisión Española exponía un suceso en África realmente llamativo. Un anciano había acudido a la escuela infantil demandando aprender a leer y escribir; a cambio ofrecía hablar a los niños de la escuela de su experiencia vital. El resultado fue óptimo: el mayor se sentía abuelo transmitiendo conocimientos y afecto y los niños acudían ilusionados a atender sus explicaciones.
Retomar la actividad
Realmente los mayores que desean continuar activos lo consiguen y no exclusivamente por razones económicas. Son sujetos a quienes esencialmente molesta la inactividad y tienen gusto y energía para desarrollar determinadas labores. El trabajar es más beneficioso que no hacerlo y no necesaria o solamente se realiza por razones económicas. Actividades como el profesorado universitario o la dedicación literaria potencian la continuidad y estar ocupado en cuestiones de interés.
Tampoco todo jubilado quiere continuar trabajando ni siquiera en actividades ajenas a las que venía ejerciendo. El trabajo adquiere distinta significación según cuál sea y en los primeros años de jubilación se puede demandar más actividad que en edades más avanzadas, aunque hay excepciones, y creadores destacados o investigadores profundos se mantienen activos hasta su muerte. En cambio, el ramo de la construcción produce un gran desgaste en los trabajadores y suscita disminuir la edad de jubilación del sector aunque no siempre cesa el interés por desviar la atención a nuevas ocupaciones de distinto esfuerzo.
La sociedad ha de cambiar la visión laboral del mayor entre los 55 y 75 años y será más positivo para lograr la inserción social de la tercera edad; para ello son estos mayores los que han de mostrar solidaridad productiva con los adultos y aportación eficaz intergeneracional. Cada día surgen nuevos conocimientos y posibilidades para un buen funcionamiento social en la vejez. No es coherente ni supone un beneficio socio económico para un país que se consiga la cima de poder social entre los 50 y 60 años y se margine bruscamente de la actividad laboral a toda persona que cumpla 75 (De Miguel, A. 2005).
En el orden social la jubilación obligada puede sentirse bruscamente como una precipitación al deterioro físico sexual o laboral, desvinculando al individuo sin expectativas de reinserción; esto dificulta planificar el envejecimiento con serenidad y continuidad intelectual y humana como realmente es. Sí hay diferentes preferencias y habilidades intelectuales con los años y estrategias cerebrales para elaborar y concluir procesos intelectuales; en Holanda se está aprovechando para la investigación científica complementar los estudios de jóvenes investigadores con la experiencia y conclusiones de los científicos mayores. El mayor, al renunciar a actividades impropias de la edad (el ejercicio del deporte como profesión, por ejemplo) puede optar por un cambio de estrategia (la docencia deportiva puntual, por ejemplo).
Recomendaciones para el bienestar
A veces un mayor que quiere retomar su formación académica puede encontrarse en el aula repleta y ruidosa con personas más jóvenes que a su juicio no escuchan debidamente ni toman apuntes cuando él piensa que son necesarios. Sólo cuando con el paso del tiempo algunos alumnos dejan de ir puede volver al aula y trabajar con eficacia. La clave está en las ganas de estudiar y no hay reforma legal que pueda modificar el deseo de aprender a cualquier edad (De Miguel, A. 2005).
La inquietud intelectual puede crear ambiente familiar. Mientras la abuela comprueba al estudiar primaria que se comunica mejor no es extraño que su hija con 54 años inicie los estudios de medicina que siempre quiso y durante mucho tiempo su dedicación a los hijos hizo imposible.
También la convivencia y contacto entre mayores, parejas y niños es positiva y puede dar buenos resultados la tolerancia intergeneracional al tramitar ayudas para conseguir pisos de protección social o, como ya ocurre en EEUU, dejar a los hijos en parques infantiles controlados donde abuelos voluntarios, trabajando de forma remunerada a tiempo parcial, se ocupan de distraer a los niños.
La misma tolerancia intergeneracional está ocurriendo cuando de forma espontánea una mujer mayor española que vive sola en el espacioso chalet familiar donde crió a sus hijos decide continuar viviendo allí y alquila un cuarto a uno o varios jóvenes estudiantes para que estos puedan realizar su trabajo diario. Con naturalidad se intercambian postres o cafés que ella prepara sin esfuerzo a los jóvenes, que a su vez le arreglan un corte eléctrico o le asisten a pequeños problemas con el ordenador.
De acuerdo con cada personalidad la actividad del mayor puede continuar durante muchos años con igual iniciativa. Estudio, trabajo o jubilación voluntaria se pueden vivir de forma individual siguiendo trayectorias distintas y el aprendizaje es valorado en cualquier etapa de la vida. Según el país donde se viva la persona joven puede no encontrar empleo fácilmente y el mayor verse obligado a dejar de trabajar pero otras veces puede desarrollar la persona a edad avanzada una actividad intelectual con buen rendimiento.
Hay en el mundo actual mayor libertad y tolerancia a diferentes estilos de vida. La sociedad hoy no impone restricción al mayor que con autenticidad, individualismo y privacidad puede ser activo. Su existencia como grupo, por primera vez en la historia, le permite gozar de menos autoritarismo y mayor tolerancia social para elegir entre diferentes estilos de vida y así reanudar proyectos. Con buena salud mental su nivel de actividad no entrará en competencia conflictiva con los más jóvenes.
Admitir la decadencia contribuye a envejecer sin ansiedad o angustia y en este admitir el mayor ha de aceptar que su trabajo y actividad se ralentizan, que nuevas técnicas no asimiladas le alejan de forma incuestionable del mundo laboral y que con frecuencia se aburre o cansa en menos tiempo. Tendrá que variar para su bienestar los tiempos de trabajo y aumentar los descansos pero sin exagerar, sólo reconociendo sus fuerzas que, a menudo, no disminuyen ni drástica ni repentinamente; es más, trabajar con deseo, imaginación e inquietud ofrece bienestar y mitiga el deterioro.
Tampoco la disminución de fuerza muscular de los mayores es tan notable y progresiva como hace años y ha cambiado la atención médica y preventiva que frena este descenso. Incluso el deporte suave que se aconsejaba con la avanzada edad -impidiendo esfuerzo muscular- se ha sustituido por la insistencia médica de recomendar a los mayores no abandonar la dedicación deportiva y orientarla a mantener fuerza muscular y vigor físico siempre que no haya contraindicaciones individuales en su cuadro clínico. La circunstancia vital de cada uno sí puede comportar límites individuales aunque la sociedad no los marque y a veces se ha de renunciar a alguna dedicación deportiva o reconocer una seria restricción orgánica.
Actualmente el contrato de trabajo en España no es necesariamente por tiempo indefinido ni el trabajador adulto desea siempre la continuidad en la empresa o el trabajo a jornada completa. Es frecuente en la madurez desear y conseguir cambios de actividad por reciclajes formativos o por procesos creativos estimulantes para el cambio. Eso sí, la persona con falta de creatividad o formación insuficiente no tiene fácil nunca su aportación laboral.
La vocación tan importante para la vida laboral del joven también es fundamental para la vida del mayor; y para ambos, mayor y joven, la vocación motiva y afecta a la identidad personal en todos los ámbitos: laboral, familiar, grupal, etc. Quienes jubilados siguen trabajando, suelen no cambiar su nivel ocupacional.
En cuanto al hogar hombre y mujer se encuentran con una nueva estructura familiar. Los hijos marchan con sus nuevas familias y la pareja mayor tiene mucho más tiempo e intimidad de convivencia que antes. Es una nueva situación que les hace volver a cuestionar su convivencia: seguirla o separarse. Para respetar la evolución sexual del mayor la sociedad española aún no está muy preparada.
Continuidad laboral voluntaria
La actividad independiente y el nivel de educación favorecen la continuidad laboral del mayor que incluso, cuando su vida laboral de adulto ha sido dependiente, de mayor muestra tendencia a trabajar por cuenta propia y nunca al revés. También hay personas de trabajos sencillos que gustan de seguir activas y aún con tareas distintas a las habituales y continúan aportando alguna actividad (Muchinik d., E. G. 1984).
En cuanto a rendimiento los trabajadores de mayor edad no pierden siempre eficiencia y a veces compensan la disminución de facultades con afición a continuar trabajando y con su experiencia. El propio mayor percibe que es un rescate de deterioro mantener vivas sus señas de identidad (Martínez, N. y López Fdz, M. 2009). Por edad la inteligencia no disminuye pero sí puede haber menor capacidad de elaboración y rapidez mental por abandono de actividades o de ejercicio mental. Si no hay tal abandono tan sólo un 10% de mayores de 85 años muestran deterioro físico cerebral. Un déficit de memoria propio de la edad no patológico no dificulta comprender ni merma inteligencia. A la capacidad normal de aprendizaje hay que añadir las nuevas estrategias cerebrales que su experiencia facilita. El “des-aprender” lo incorrecto por la experiencia acumulada que no tiene el joven permite al mayor evitar equivocaciones que la edad no admite. Esto hace al mayor trabajar de otra forma, a veces menos rápida, pero más intuitiva y eficaz.
Existe independencia, no hay correlación definida, entre satisfacción y trabajo. Las diferencias entre individuos son un hecho pero además tiende a aumentar con los años la dispersión respecto a la media estadística (Muchinik de, E. G. 1984). No es tanto el trabajo remunerado lo que integra socialmente al mayor como el sentirse útil y reconocido socialmente, acogido en actitud de participación, tolerancia y respeto. La actividad que complace, si no se sobrepasa, le beneficia.
Conviene que el Estado posibilite que el jubilado obtenga ingresos económicos por sus rentas de capital o trabajo voluntario sin renunciar a la jubilación a la que tiene derecho pleno y adquirido y el fisco no castigue besta iniciativa de manera añadida y disuasoria.
La sociedad española no se enfrenta de forma suficiente a la responsabilidad laboral del mayor y tiene gran ambivalencia. En Octubre de 2010 rechazaron los sindicatos y la población activa la propuesta del Gobierno de prolongar la edad de jubilación a los 67 años y al tiempo que demandaban un sistema de pensiones fundado en la solidaridad tenían dificultad en aceptar las reformas necesarias para que perdurase.
Cuando se les habla de la dificultad de ser mayor los adultos no mayores inmediatamente dicen: “la edad biográfica no cuenta cuando se es joven de espíritu”. Pero si se plantea el retraso de la jubilación intervienen: “desde los 60 años no se rinde en el trabajo. Con la edad el trabajo no se realiza con eficacia”. Y no hablemos de consenso intergeneracional, porque inmediatamente argumentan: “si el trabajador continúa activo hasta los sesenta y siete quita puestos a los jóvenes”.
Con frecuencia al ir aumentando la esperanza de vida los hijos que tienen padres centenarios son a su vez ancianos. En el mundo actual es cada vez más urgente insertar socialmente al anciano en la sociedad.
En breve en España la población mayor de 65 años llegará a ser el tercio de la población total. Facilitar su inserción social conviene a todos.
Ver también otro artículo de la autora relacionado:
â–ºLa economía del jubilado (I): Jubilación Forzosa