Isabel Cabetas Hernández.
Doctora en Psicología. Jubilada. Capacidad investigadora, docente y clínica.
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¿Qué espera la Vida de la Persona Mayor?
Las personas mayores se preguntan muchas veces: “¿Qué espero Yo de la Vida?”. Pero en muy pocas ocasiones: “¿Qué espera la Vida de Mí?” (FRANKL, V. (1946). Esta última es desde el Psicoanálisis una pregunta super-yoica, formulada a una edad en que se da por hecho que el Super-Yo, instalado en la personalidad a partir de los cinco años, ya no se cuestiona con la misma insistencia, pues la conciencia moral y la formación de ideales se constituyeron hace tiempo: de ahí brotaron las propias exigencias e ideales y las prohibiciones básicas que enmarcan y delimitan las actitudes y comportamientos vitales.
De acuerdo con los principios de cada Uno se contrastan los deseos y se permiten o reprimen las pulsiones o impulsos y se inhiben los afectos: son reivindicaciones del Ello. El Yo se encarga de mediar entre las imposiciones del Super-Yo y las pulsiones provenientes del Ello para conseguir la creatividad y equilibrio personal. Esto es lo que ocurre de una forma genérica en el desarrollo de cada personalidad individual a partir del sexto año de vida.
Los educadores y padres del “mundo desarrollado” durante gran parte del siglo XX vivieron transmitiendo a sus educandos un exceso de normas y valores que abocó en una sociedad neurótica cargada de culpa y victimismo. Al mismo tiempo Sigmund Freud, coetáneo de los filósofos existencialistas, abordaba el sadomasoquismo de la sociedad y mostraba la pulsión representante del deseo Inconsciente con toda su energía y necesidad de sometimiento a la censura del Super-Yo para conseguir en cada personalidad el equilibrio yoico.
Ya más avanzado el siglo XX fue cuestionándose la necesidad personal de auto-afirmación por encima de exigencias sociales excesivas o el predominio de valores no cuestionados. Llega un momento en que se promueve la realización personal sin tanta cortapisa neurótica de excesivo sometimiento. La pregunta: “¿Qué espero Yo de la Vida?” fortalece el Yo siempre que su cuestionamiento obstinado no desemboque en excesos narcisistas ególatras que niegan el Principio de Realidad frente al Principio del Placer y olvidan los límites de las normas y valores sociales por la realización de uno mismo (Freud, S. 1920).
Actualmente la persona mayor llega a la “tercera edad” tras una etapa social y laboral en la que ha podido realizarse con frecuencia hasta niveles muy satisfactorios pero sus normas sociales no son las de antes. Hay muchos prejuicios en la sociedad que le marginan mientras él/ella quiere seguir realizándose y aportando a la sociedad con derecho a su jubilación que no puede quedar obligado a no aportar nada. Todavía la persona mayor puede sentir como prejuicio social el miedo a ser recriminado o despreciado por vieja desvalida o inútil.
Para realizar esta nueva etapa ha de contar no sólo con su valía sino con los límites a su valía que la sociedad le impone, siempre que éstos sean adecuados, no prejuiciados ni cargados de ineficacia. Cada persona mayor ha de re-cuestionar estos límites sin prejuicio, y forzar a la sociedad a hacer lo mismo. Sólo así puede replantear su sentido de vida preguntándose seriamente: ¿Qué espera la sociedad de mí?
El pertenecer a algún voluntariado, asociarse a un grupo o asociación de mayores, contribuir a la alfabetización de adultos, superarse, no dejar de intercambiar conocimientos y experiencias, son un gran aporte vital. Es posible que al sentirse el mayor en circunstancias personales especialmente difíciles llegue a sentir que no espera nada de la Vida; habrá de cuestionarse qué espera la Vida de él y tendrá que esforzarse en abandonar prejuicios sociales que rechazan su utilidad.
Cada persona mayor obtendrá una respuesta a esta pregunta singular y puntual: qué espera la Vida de ella, como sujeto con nombre y apellidos en cada momento dado y concreto. Vivir significa responder a las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular, ningún hombre y mujer, ni ningún destino, pueden compararse a otro hombre y mujer o a otro destino.
Enfrentarse con la tarea
A esta premisa, no puede responderse de una forma vaga, sino con algo real, específico y peculiar de la propia historia. Puede suponer mayor o menor sufrimiento pero se trata de un por qué. Cada situación reclama una respuesta distinta y se diferencia por su unicidad irrepetible; cada ocasión permite una respuesta al problema que plantea. Nuestro sentido moral -que no tiene por qué depender necesariamente de cuestiones religiosas- nos enfrentará espontáneamente con nuestra obligación, única y diferente para cada cual. Seguirla nos hará bien.
Cuando alguien comprende que la vida, en un momento concreto, espera de él algo difícil y no lo puede eludir, ese “algo” se convierte en una única y peculiar tarea. Asumirla es lo que realmente ayuda y la defiende de la desesperación.
Esta tarea abarca círculos de vida y muerte pues ambas van entrelazadas en el desarrollo humano. No ignorarlo alivia e identifica. Enfrentarse con la tarea que la vida marca a cada Uno confiere unicidad y singularidad, fundamenta el propio trabajo y la personal capacidad de amar.
En la vida actual la persona mayor puede superar prejuicios asumiendo tiempos y roles que hoy son menos estereotipados. Las actitudes sociales ya no son tan rígidas ni exigen un límite de edad.
Operar según lo que el mayor sienta que la vida espera de él le da sentido a sus actos encontrando razón y responsabilidad para su existencia: enfocar su interés a la salud, familia, capacidad profesional, posición social o fortuna material es su ganancia interior para el desarrollo personal, sea el futuro limitado o desconocido.
La probabilidad de supervivencia de cada persona mayor es diferente; la podamos estimar o no, todos desconocemos qué puede depararnos el futuro incluso el día siguiente, pues los vaivenes de la suerte son imprevistos. Pero aunque podamos suponer la probabilidad de cada futuro inmediato y prescindamos del velo que siempre lo cubre, el pasado de cada individuo ilumina la oscuridad del presente a la hora de preguntarse: “¿Qué espera la Vida de Mí”?
La vida humana no cesa y espera de cada Uno potencialidades diferentes que la llenen de sentido. Posibilidades que pueden ser muy gratificantes o cargadas de dificultad y privación pero que, encaradas con seguridad, ninguna situación daña el sentido de la existencia, ya sea feliz o gravemente difícil.
Respondiendo a: “¿Qué espera la Vida de Mí?” el mayor saludable percibirá con bienestar en cada momento el apoyo de algo o alguien: amigo, esposa, fallecido o vivo, acompañante en su destino, llevado así dignamente.
Responder a: “¿Qué espera la Vida de Mí?” da sentido pleno a cualquier vida en cualquier situación. El mayor no puede olvidar que su Super-Yo con sus ideales mandatos y obligaciones ante la vida le ayudó desde niño a establecer límites a sus impulsos básicos provenientes del Ello para no desatenderlos sino encauzarlos para realizarse mediando el Yo a lo largo de su vida con plena potencialidad. Ahora su Super-Yo vuelve a recordarle que tiene que contar con sus exigencias e ideales para seguir siendo útil y con pleno sentido. El uso de razón que pudo tener desde su segunda infancia para crecer vuelve a hacerle falta para identificarse y saber que su vida tiene sentido.
A la pregunta: “¿Qué espera la Vida de Mí?” puede responderse de muy diversas formas y cada actitud humana ante lo que la vida impone puede ser muy diferente. Cada decisión sobre la propia respuesta a la vida es personal y única. La biografía y la personalidad de cada persona mayor condiciona la respuesta pero no la determina, porque al final es libre y puede estimarse pero su certeza es imposible de conocer hasta que se produzca.
“Qué espera la Vida de Mí” requiere una respuesta con proyecto “a la carta”. El sentido de la propia vida da trascendencia a los actos. Cada Uno ha de encontrarlo en su búsqueda personal (Freud, S. 1920).
Adaptación al cambio constante
Diferentes estudios en Europa (Francia, Viena) y en EEUU. (Universidad de Johns Hopkins) mostraron hace años que en porcentajes elevados del 78% y 89% la población necesita algo por lo que vivir (Frankl, V. 1946), encontrar un sentido y una finalidad para su vida. Los principios morales no son realmente el motor de conducta sino un valor personal concreto auténtico y genuino que cada Uno adquiere en sus primeros 5 años, y que resulta eficaz porque motiva y responsabiliza.
Como ejemplo recuerdo a una mujer de 66 años cuyo marido tiene problemas serios de salud y la atención que necesita supone a los dos una compenetración humana importante. Esta mujer, que era muy activa, ha tenido que reducir notablemente su vida social. En medio de las dificultades de ambos por aceptar tanta inseguridad, sus dos nietas de cinco y dos años requieren su atención educativa y afectiva continuamente, y la abuela encuentra tanta gratificación con ello que al tiempo que le da gran ánimo la hace sentir que esto es lo que la vida espera actualmente de ella.
Para estar atento a: “qué espera la Vida de Mí” el mayor ha de tener una gran adaptación al cambio o a la permanencia constante sin malograr su sentido y sin caer en el desencanto o la frustración existencial. No olvidemos que no siempre la persona mayor es madura y sí puede haber una seria y patológica incapacidad para aceptar la frustración y resolver caprichosamente cuestiones que exigen responsabilidad. La preocupación o la desesperación pueden requerir ayuda psicológica profunda; y saber pedirla ya sea amistosa o profesional según los casos, es básico. La tensión en esos momentos es ineludible y la necesidad de resolverla buscando el sentido de la propia vida puede hacer indispensable la búsqueda y el pedir ayuda. La tensión a veces es un simple acicate lejos de ser un estrés negativo y, en ocasiones, es deseable mantenerla para lograr los objetivos; es inherente al ser humano e indispensable en la búsqueda de bienestar psíquico.
No encontrar sentido a la propia vida produce angustia vital, tan denunciada en el siglo pasado por Jean Paul Sartre y sus discípulos. Es una consecuencia de evitar la tensión que en ocasiones causa la búsqueda de sentido y es muy frecuente en las personas mayores que se dejan llevar por el prejuicio social tan acuciado.
Mantenerse en el hastío es yatrógeno, letal, ausente de creatividad y carente de sentido; genera más problemas que la tensión. Es muy frecuente al cambiar repentinamente de actividad y encontrarse a solas con la propia intimidad que se produzca la depresión neurótica” dominical” de vacío, que se puede dar a cualquier edad, pero sobre todo en personas jubiladas y ancianas. El vacío existencial tiende a “rellenarse” con rapidez para evitar la tensión que produce, y de este modo se enmascara de mil maneras, por ejemplo, con el alcohol, cada vez más extendido en las personas mayores. La pulsión agresiva, o el deseo de poder, o de dinero, o bien la búsqueda de placer inmediato se pueden poner en marcha. Evidentemente no son la solución aunque puedan ser alternativas parciales, pero nunca absolutas. Cuando la persona, a pesar de su búsqueda, continúa sin encontrar su sentido de vida, necesita ayuda.
Trascendencia o Sentido Único de la Vida
Es la vida la que nos interroga a nosotros previamente, la que nos cuestiona y a quien sólo podemos responder desde la responsabilidad de y con la vida propia. La existencia tiene sentido si hay capacidad del sujeto para responder de forma responsable a las demandas de cada situación en particular.
A cualquier edad, si hay creatividad, puede llegar un momento en que se despierte por ejemplo la inquietud política y en la persona mayor surjan inquietudes de votar, elevar proyectos a las autoridades locales o formar parte de un órgano deliberativo o consultivo accediendo a cargos con responsabilidad social. Por el contrario, hay veces que el mayor decide aminorar su entrega pública por sentir el deseo de cerrar una etapa y cambiar su perspectiva. Lo importante es atender los propios móviles y tener capacidad de transformación y cambio, en vez de abandonarse en la inmovilidad depresiva.
La persona mayor es consciente de que la muerte es el final de todo ser vivo y se prepara para afrontar y suavizar el deterioro final. Sin embargo, reducir el envejecimiento a la acción de prolongar la vida puede distar mucho de envejecer de forma vital y comprometida: entorpece la propia historia y su sentido personal. En cambio, intervenir en la propia vida con trascendencia y dedicación digna rescata su sentido. Lo mortal cobra el valor del límite; la prisa, por la brevedad, da sentido a vivir a fondo.
Caso Marta
Tiene 50 años y tras un duro divorcio ve con desencanto cómo falla su inesperado enamoramiento con un viejo amigo y siente que el esfuerzo de divorciarse no le ha servido para disfrutar de un nuevo amor. Al tiempo muere su querido y anciano padre. Los hijos adolescentes se distancian de ella con desconfianza al verla alejarse de la casa familiar y se refugian en la seguridad económica y social que les ofrece el padre desde la vivienda cómoda que siempre conocieron. Su ánimo toca fondo y abandona la lucha y tensión por mantenerse fuerte. Pero es entonces según –según su relato- cuando siente la fuerza por salir adelante. Ha reconocido de forma inconsciente que es la vida la que ahora manda y le impone condiciones; y lo ha aceptado: ese “tocar fondo” ha supuesto “ceder el mando a la vida”, aceptar la situación. Y es solo así cuando empieza a remontar.
Pensemos en los momentos personales realmente difíciles como tuvo Víctor Frankl (Frankl, V. 1946) en el campo de concentración de Auschwitz o Nelson Mandela (Cine: Eastwood, C. 2009) a los veintisiete años, encarcelado por su activismo anti-apartheid. Sin llegar a estos extremos la vida nos presenta a todos su cara trágica y no tenemos más remedio que ofrecer una respuesta trascendente para resolver la situación. La persona, al cuestionarse de esta forma, puede entender por qué, de qué o ante quién se siente responsable; sólo así percibirá la trascendencia de sus actos y disfrutará respondiendo a la pregunta: “¿qué espero Yo de la Vida?”, pregunta posterior, no previa, y que redondea la auto-realización personal.
Como bien orienta Freud, el principio del placer conviene, a menudo, demorarlo porque la satisfacción será mayor (Freud, S. 1920). Si se sabe controlar y soportar las pequeñas frustraciones, cuando se tenga claro el sentido de la propia vida, encontraremos con nuestra experiencia cómo realizarnos. La verdadera autorrealización sólo se consigue expandiendo nuestra acción y pensamiento más allá de Uno mismo.
Amor y trabajo, sentido del humor y trascendencia (“Qué espera la Vida de Mí”), son garantías de bienestar en la vida de la persona mayor. El amor recíproco enriquece a ambas partes aun dando cada Uno todo al Otro: al ser correspondido el Otro da a la persona que ama también todo de sí mismo, y fomenta el descubrimiento de ciertas capacidades personales hasta ahora desconocidas.
También las agrupaciones de mayores ayudan con frecuencia a recuperar el sentido de la propia vida. Conocer nuevos amigos y no sentirse solos en edad avanzada puede ayudar a compartir, recuperar actividades o realizar pequeños trabajos y mejorar su salud, disminuyendo en consecuencia los fármacos, deseando jugar o charlar y no sintiéndose solos.
Acudiendo a agrupaciones de pares no es extraño encontrar a mayores que dan alegría a sus hijos al ver a sus padres haciendo amigos con ganas de vivir, apuntándose a estudios, o encontrándose felices al afrontar una nueva relación de pareja. Hijos y nietos comprueban entonces que la madre-abuela o el padre-abuelo entienden mejor a la juventud y a la infancia; los hijos se sienten más cercanos a los mayores y temen menos la propia vejez.
Cuando el deseo de vivir se incorpora a alguien con una historia personal positiva y las ofertas sociales pueden alcanzarse, la identidad del mayor se refuerza y el sentido de la vida se renueva. Esto requiere previamente elaborar bien los duelos cuando llegan y poder en su momento salir de monólogos, libros o actividades individuales para trascender a terceros, pareja o amigos, aceptando el propio futuro. Al cuestionarse el mayor Vida y Muerte reconstruye su vida, la reelige con responsabilidad y con su experiencia, con perspectiva individual y social.
Vencer prejuicios es atender a la reconstrucción social de nuevas imágenes y conceptos de vida, muy diferentes a los que hasta ahora han prevalecido gracias a los nuevos sistemas de referencia que están aportando a las personas mayores la facultad de abordar con otra actitud mental su propia condición.
BIBLIOGRAFíA
CINE/DVD/ AUDIOVISUALES
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FOTOS: Madurez Activa, Tomás Yerro, Adrian Márquez (Capacidades en Red)